María, en el gen número uno
Aquel hombre aparcó el coche. Cuando salió de trabajar, ¡el coche no estaba! Rabia, nervios…, y de golpe lo divisa unos metros más allá. ¿Qué ladrón roba un coche para dejarlo en la misma calle? Nuestro hombre corre al coche, entra…, y encuentra la explicación. Él tenía colgando del retrovisor un pañuelo de la Virgen del Carmen. Y debajo había un papelote que, con pésima ortografía, decía así: “Soy ladrón. Robo coches. Pero a mi madre la respeto.”
Una madre, damas y caballeros, es una madre para ladrones y para santos. Y estaremos de acuerdo en que María Santísima es madre nuestra, y más madre nuestra que la madre de acá; porque María es madre espiritual, y ésta lo es sólo terrenal; y porque la Vida que María nos da no tendrá fin, y la que nos da ésta viene ya con las maletas hechas para la muerte.
Y esto bastaría para explicar por qué tener amor a María. Pero como ustedes, damas y caballeros, la aman, y el amor quiere saber más del amor, yo voy a explicar algunas cosas de la devoción a María siguiendo un guión que gustaba usar San Antonio-María Claret. Ahora bien, el viaje que ahora iniciamos no es gratis, y ustedes van a tener que pagar al final. Será la consecuencia lógica de lo que voy a decir. Quien avisa no es traidor.
Así, pues…, ¿por qué la devoción a la Santísima Virgen?
1. Porque Dios lo quiere
San Pablo escribe: “Tened en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús” (Flp 2,5). El amor a la madre es de tal modo uno de los primeros principios para la conducta humana, que en la Ley del Sinaí, los tres primeros Mandamientos hacen referencia a Dios, y, siendo los siete siguientes los referidos al hombre, el primero de ellos es honrar padre y madre (cfr. Éx 20,12). Pues bien: a mí me cuesta mucho imaginar que no cumple los mandamientos el Hijo del Dios que los promulgó.
Por eso, uno de los primeros sentimientos en el Corazón de Jesús tuvo que ser el amor a su madre; y nosotros, exactamente igual, por lo mismo que también es madre nuestra. El primer devoto de María es Jesús, y ante esto, no cabe más reacción que imitarle.
¿Y no recordáis el Caná donde la madre dijo “haced lo que él os diga” (Jn 2,5)? No sabía ella que, en el trono de su Cruz, Jesús diría a Juan: “’Ahí tienes a tu madre’. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa” (Jn 19,27). Notaréis cómo Jesús se preocupa de la que, desde que Él muriera, quedaría, si no, desamparada. Pero notad también cómo ella (en Caná) nos envía a Jesús, y Jesús (en la Cruz) nos envía a ella.
La devoción a María nació en Belén, y su primer predicador es el Niño cuando la abraza. Al principio. Y al final también. Porque son muchísimos los que opinan que la primera aparición de Jesús resucitado sería para su madre; los Evangelios no la cuentan, porque no lo cuentan todo y porque las apariciones del Resucitado que cuentan son apariciones a incrédulos; María, lejos de ser incrédula, desde el Viernes horrible era toda la esperanza que había en la tierra, como dijo José María Pemán.
Me diréis que Jesús parece despreciarla cuando una mujer clama: “‘¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!’ Pero él dijo: ‘Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan’” (Lc 11,27-28). Desprecio pareció. Pero era lo contrario: María era la primera que escuchaba la Palabra de Dios (cfr. Lc 2,19.51). Jesús prefiere la santidad de María a la maternidad de María, y es lo que aquí dice. Lo mismo cuando avisan a Jesús de que su madre y otros lo esperan, y contesta: “‘¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?’ Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: ‘Éstos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre’” (Mt 12,46-50). Y ustedes y yo sabemos que María es la primera que cumple la voluntad de Dios.
Por esto y por mucho más, me parece, señores, que queda claro que Dios quiere que amemos a María.
2. Porque ella lo merece
“Toíto te lo consiento
menos faltarle a mi madre,
que madre no hay más que una,
y a ti te encontré en la calle”.
Así le canta a la amada la musa castiza de Rafael de León. No insistiré en que el amor a la madre es como el primero de nuestros genes. Quiero saber por qué ella se merece lo que –damas y caballeros- les voy a pedir al final.
¿Por quién gastarían ustedes el último ochavo, se trasladarían a la otra punta del mundo, cambiarían de profesión, perderían los amigos y aceptarían contraer una enfermedad? Por mí, no lo hagan. Pero la enumeración hecha tampoco es lo que tengo que pedirles luego; no; tengo que pedirles más.
Pero quizá quisieran hacerlo por una mujer que -¡de repente!- descubrieran que…
- …tiene en su Corazón un sagrario del Espíritu Santo, porque es inmaculada, e inmaculada significa más atiborrada de Espíritu, de gracia y de belleza que carente de pecado;
- …Dios la hizo hermosa para escogerla, y luego la escogió porque la vio hermosa.
- …tiene ese Espíritu y esa gracia, como Jesús, para que rebosen sobre ustedes (Santo Tomás), y por lo tanto puede limpiarlos, una y otra vez, de las horribles y angustiosas suciedades que ustedes creían que no podían solucionar; y puede hacer que lo que hoy es quizá una historia terrible de pecado se transforme en altísima santidad. Porque “no hay santo sin pasado ni pecador sin futuro”.
- …es madre de Jesús, y por tanto tiene una dignidad casi infinita (Santo Tomás); es madre suya como para conseguirlo todo, y nuestra como para pedir para nosotros todo; y puede tanto con sus súplicas como Dios con su poderío. Sus deseos son órdenes para Dios.
- …es la mediadora que depende del Mediador Jesús, y todo su ser consiste en poner a Dios a disposición del hombre, y al hombre, a disposición de Dios: desde la Inmaculada Concepción hasta la segunda Venida de Cristo, pero pasando especialmente por la carnicería espiritual que su Corazón sufrió por ustedes en la Pasión; y, por tanto, esta mujer singular, mi querida María –sépanlo, señores- no es el centro, pero está en el centro;
- …es su madre espiritual por esa vida suya de mediación, porque con ella les dio la vida sobrenatural; está presente en los sacramentos; desde el referido testamento de Jesús en la Cruz, cuida de ustedes con el mismo cariño con que cuidó de Jesús.
Por todas estas razones y muchas más, sepan ustedes que María merece nuestro amor… y lo que pediré.
3. Porque nosotros lo necesitamos
Marcelino Pan y Vino, en la novela de Sánchez Silva, no ha conocido a su madre. Un día habla con el Cristo del desván:
“- Tú tienes madre, ¿verdad?
“- Sí –repuso Aquél.
“- ¿Y dónde está? –preguntó Marcelino.
“- Con la tuya –dijo Jesús.
“- ¿Y cómo son las madres? –interrogó el niño-. Yo siempre he pensado en la mía y lo que más me gustaría de todo sería verla aunque fuera un momento.
“Entonces el Señor le explicó cómo eran las madres. Y le dijo cómo eran de dulces y de bellas. Y cómo querían a sus hijos siempre, y que se quitaban las cosas de comer y de beber y de abrigar para dárselas a ellos”[1].
¿Quién no tiene necesidad de María, si ha querido necesitarla Dios? Ella es una pieza fundamental, porque la Redención del hombre que ha ofendido a Dios, tiene que hacerla un hombre-Dios; y para dar esa humanidad al Redentor, ahí está María.
Y en nuestras vidas, es la madre la que pone la ternura, el corazón. “La verdadera devoción mariana garantiza a la fe la convivencia de la ‘razón’ [...] con las ‘razones del corazón’ [...]. La devoción a María [...] asegura [...] a la fe su dimensión humana completa”[2].
O, para que quede más claro, esta plegaria hizo una madre ante una enfermedad gravísima de su hijo: “María, tú sabes lo que es tener un hijo muerto entre los brazos. ¡No permitas que vuelva a suceder!”
4. Amor con amor se paga
Dios lo quiere. Ella lo merece. Nosotros lo necesitamos.
Nadie diga que he exagerado. Me he quedado muy corto. Las obras humanas se miden con medidas humanas; las divinas, con medidas divinas. Y, según San Buenaventura, Dios mismo no puede hacer otra obra mejor que María.
¿Cuál es la conclusión? Sabéis de amores. Y sabéis que el amor auténtico tiende a la donación total y para siempre. La conclusión es que si de verdad se quiere a María, se consagra uno a ella; a su Corazón[3]. Y la consagración a María no es obligatoria, pero tampoco es una devoción particular[4]: es necesaria, y la hará infaliblemente quien de veras quiera amar a la Señora: por la propia naturaleza del amor. Y, por supuesto, consagrarse a ella es consagrarse a Jesús.
Consagrarse es entregar todo lo que somos, hacemos, tenemos, lo que fuimos, hicimos, tuvimos, lo que seremos, haremos, tendremos, renunciando en manos de la Señora a cualquier derecho, con voluntad de perennidad; y, sobre todo, vivir en esa nueva condición –que cambia todo aunque no cambie nada-, hasta sus últimas consecuencias, hasta la eternidad y durante ella.
Es entregárselo todo en un acto que haremos con la solemnidad que podamos, y vivir, desde entonces, ocupándonos de ella y de sus cosas, mientras ella se ocupa de nosotros y de las nuestras. Ahora sí que buscaremos en serio la santidad, y tendremos la ayuda especialísima de la Señora.
Dijo Jesús una vez: “Yo me consagro a fin de que ellos sean consagrados” (Jn 17,19).
Menos es poco amor.
Para “Arvo” (Casablanca Comunicación) de mayo de 2013 (enviado el 15 de abril)
Pbro. Miguel Ruiz Tintoré
[1] Extractado por Julio Eugui, Mil anécdotas de virtudes, Madrid: Rialp, 2004, 599.
[2] Card. Joseph Ratzinger-Vittorio Messori, Informe sobre la fe, Madrid: B.A.C., 51985, 117-118.
[3] No es lo mismo hablar de María que del Corazón de María.
[4] "Exhortamos a todos los hijos de la Iglesia a que renueven personalmente la propia consagración al Corazón Inmaculado de la Madre de la Iglesia” (Pablo VI, Signum magnum, 29: “AAS” 59 (1967) 475.