La Masturbación

15.10.2013 10:46

Masturbación

¿Quién tiene el control, tú o tu deseo sexual? ¿Vas a dejar que tus deseos sexuales te mantengan bajo control, atrapado y debilitado por tus deseos egoístas? Es tiempo, hermanos y hermanas, de hacerse cargo y de no ser controlado por los impulsos egoístas del mundo. Una de las principales luchas sexuales hoy en día es la masturbación -¡sí, lo dije! Es hora de enfrentar la verdad de este adictivo hábito tan desordenado que ha sido una fuente de vergüenza para muchos y sobre el cual se nos ha mentido.

Muchos de nuestros adolescentes de hoy luchan contra la masturbación y son adictos a ella debido a otras adicciones no saludables como la pornografía. Por desgracia, muchos no se dan cuenta de las consecuencias que esta acción egoísta puede causar y creen que no es dañina porque “no está haciendo daño a nadie”. En realidad, la masturbación es auto-destructiva. Uno nunca va a consumir algo que es tóxico a sabiendas de que lo es, pero la masturbación es así: tóxica; este mal hábito también destruye la santidad del plan original de Dios para nuestra sexualidad.

La masturbación es la estimulación “deliberada de los órganos genitales a fin de obtener placer sexual” (Catecismo 2352). Bien, ¿cuál es el problema con eso? La cuestión es que la masturbación nos lleva por un camino de lujuria y egoísmo. La masturbación lo entrena a uno en el egoísmo, ya que “satisface” un placer desordenado que se orienta hacia el “yo” y no hacia el “otro”.

Dios creó el sexo para dos propósitos: la procreación y la unión, sin embargo, la masturbación no alcanza ninguno de los dos. En vez de eso, la masturbación nos enseña que hay que satisfacer nuestras propias inclinaciones lujuriosas cada vez que surge el deseo. ¡Nuestros cuerpos no se deben utilizar como un objeto de placer! Una persona que tiene el mal hábito de masturbarse hace de su cuerpo un objeto. El cuerpo fue creado para usarlo como un don que debe ser atesorado y preservado para su propósito original.

El amor es un regalo y la pureza nos enseña a dar. En cambio, la masturbación nos enseña a quitar y a usar. La masturbación interfiere con la intención original de nuestro Creador, que es amar al otro plenamente, entregándose a sí mismo en el sacramento del Matrimonio; la masturbación en cambio nos engaña al hacernos creer que puede “resolver” cualquier impulso sexual. ¿Cómo puede alguien dar el regalo del amor a otra persona, si éste es adicto a la ‘satisfacción de sí mismo’ mediante la masturbación? La consecuencia de la masturbación es que se convierta en un obstáculo en el amor pleno al cónyuge, y lo más probable es que afecte la relación que hay entre los esposos. Este acto puede llevar a que una persona casada, use a su cónyuge para satisfacer sus deseos sexuales egoístas en lugar de darse completamente a su cónyuge en este acto de amor total, que los hace plenamente uno. El sexo para un hombre y una mujer está destinado a ser consumado en su matrimonio como signo de su amor mutuo.

A pesar de que los pecados sexuales son muy tentadores, la gracia amorosa de Dios es más fuerte. Dios te ha elegido para completar Su obra y como con cualquier otro pecado, Dios te perdona. El pecado de la masturbación puede ser superado con la oración constante, paciencia, determinación y ayuno. No hay nada imposible para nuestro Dios (Lucas 1,37). La libertad que viene al final de esta lucha es alcanzable, pues la verdadera libertad sexual viene de un estilo de vida de castidad e integridad sexual.

¿Estás buscando más razones?

“Pero cada uno es probado, arrastrado y seducido por su propia concupiscencia. Después la concupiscencia, cuando ha concebido, da a luz al pecado; y el pecado, una vez consumado, engendra muerte.” Santiago 1, 14-15

“No reine, pues, el pecado en sus cuerpos mortales, de modo que obedezcan a sus apetencias. Ni hagan ya de sus miembros instrumentos de injusticia al servicio del pecado; sino más bien ofrézcanse ustedes mismos a Dios como muertos retornados a la vida; y sus miembros, como instrumentos de justicia al servicio de Dios.” Romanos 6, 12-13

Padre Amado, permíteme ver a mi cuerpo como un don que me has dado para glorificarte… Jesús mío, ayúdame a valorar el sacrificio de la Cruz, donde compraste a mi cuerpo a precio de Tu Sangre… Espíritu Santo, dame la gracia de tratar a mi cuerpo como Tu templo sagrado. Santísima Trinidad, purifica cada miembro de mi cuerpo, para que algún día resucite contigo al final de los tiempos. Por Jesucristo, nuestro Señor, Amén.

San Agustín, ¡ruega por nosotros!

Vía: Corazón Puro